Hunter

Daban las doce. Yo cogía el autobús de siempre mientras ella amanecía en unas sábanas desconocidas -no aprendía-. Que ironía, ella olvidaba a base de recorridos por espaldas ajenas jamás vistas mientras yo lo hacía al lado de los apuntes de turno. (Tan diferentes e iguales al mismo tiempo)

Pasaron más de cincuenta días hasta que se dio cuenta de que la manera correcta de olvidar no era la que él utilizaba para enamorar. Pero sin embargo no pasaron ni veinte para darme cuenta yo de que el amor era lo único capaz de completarme, y que por eso tendría que seguir viviendo incompleta hasta que volvieras.

Ya sabes, siempre se me ha dado bien soñar con historias inexistentes. Lo malo viene cuando dices que te vas y no tengo al despertador para levantarme de un golpe y decir que sólo ha sido una pesadilla. ¿Lo bueno? Que me sé el camino hasta tu cama de memoria, y a la mínima ya sé dónde debo acudir. 

(Que tu espalda es demasiado difícil de olvidar, y que dos años contigo no pasan así como así)

Cuando leáis esto yo estaré perdiéndome por Vancouver, feliz de la vida con mi familia canadiense (espero).  He decidido dejar algunas entradas programadas para que el blog no se quede muy muerto en este mes que pasaré en la otra punta del mundo. Pero como todas las voy a dejar programadas antes de irme no os traeré noticias nuevas. Aunque seguiré dando señales de vida siempre que pueda por mi TWITTER o INSTRAGRAM.

Estas fotos son de hace varios días con mi querido perrito Hunter. (Me tiene loquita) Como ya os conté es un Westy que me regalaron por mi cumpleaños tras llevar pidiendo un perro desde que tengo uso de razón. A pesar de que es un trasto y no hace otra cosa que morder toda zapatilla que ve y todos los muebles de la cocina, nos tiene a toda la familia ganada -y a quien no-.