Me encantaría decirte que perdí la cordura con tu marcha,
que la vergüenza desaparecía cuando tu entrabas por la puerta,
y que nunca dolió el quererte.
Pero la verdad es que la cordura salió de mi vida cuando tú entraste,
que la vergüenza y yo somos enemigas desde la cuna,
y que empezó a doler desde el mismo momento en el que te hiciste un hueco
en mi loco y pequeño corazón.
Que no podría mentirte,
estoy sentada en la silla de siempre,
con el cuaderno de siempre,
y con Coldplay de fondo -para variar-.
Que cuando se trata de querer,
ya sabes que no lo haces bien si vas ligado a límites,
y que mi problema fue justo ese,
que puse límites en las rectas pero solté el freno en las curvas.
-Y así me fue-
Ahora estoy agarrada al asfalto de la carretera secundaria -de siempre-,
con el coche siniestro total -como mi corazón-,
esperando a que lluevas del cielo -o del suelo-.
Volver a dormir agarrada a la carretera de tu cuerpo,
sin curvas de por medio,
siendo una suicida,
cada vez que veo tu sonrisa.
-Que ya no sé que más decir(te),
que ya no sé que más contarte para que me vengas a buscar,
que me tiro de los pelos cada vez que algo sale mal.-
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